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El Oro por Alfonso Guillén Zelaya

Por Alfonso Guillén Zelaya

Mató el oro a los hombres la comunión nativa,
y dividió la tierra y pervirtió el cariño,
la palabra de Cristo no es posible que viva,
sólo pudo vivir cuando el mundo era niño.

Hoy acúñanse discos para atenuar el hambre,
antaño no existía ni la ingenua permuta,
ni las cercas de piedra ni las redes de alambre,
que por todos los campos era libre la fruta.

Eran libres las aguas, la caza, la llanura;
y como no habían dueños, jamás hubo ladrones,
la vida era de paz, de amor y dulzura;
las gentes eran buenas como las bendiciones.

Jamás alzóse el párpado para ver la miseria,
ni lloraron los niños de frío en las nevadas;
el mundo fue en aquel tiempo la generosa arteria
que dió al hombre la gracia de las cosas ansiadas.

¡Oh, los atardeceres de la frescura antigua,
envueltos en el alma de los ritos lejanos,
cuando todos bajaban a la fuente contigua
a beber el agua en el hueco de las manos!

¡Oh, sol de aquellos siglos que sólo hubiese aurora,
no para enviar al zurco las legiones de obreros,
sino para que diese la bondad de tus horas,
esperanza a la vida por campos y senderos!

Así en albas y en tardes, por collados y montes,
caminos y llanadas, en hermandad de ovejas,
fue vuestra planta libre dilatando horizontes
bajo el alegre cielo, dichosas gentes viejas

¡Qué moral más hermosa que esta moral primera
de vivir para todos y con todos ser uno!
los hombres no morían en luchas de frontera
porque la tierra estaba sin valladar alguno.

¡Mas, Señor de los buenos, vuestros dones son idos:
venimos condenados a vivir sin fortuna
todos los que hemos hecho nuestros propios vestidos
con oro de los astros y plata de la luna!


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